Probablemente para estas fechas del año ya nadie visite mi
blog, es más, seguramente algunos ni siquiera recordarán que existía esta
página donde solía escribir cuanta cosa pasaba por mi mente.
Aunque no lo crean, al menos una vez a la semana me llenaba
la cabeza con promesas muy serias acerca de volver a escribir. Pero siempre
fueron esas promesas que aunque deseas cumplir, sabes en el fondo que cualquier
cosa puede evitar que se hagan realidad. Por ejemplo, a veces, me propongo
comer más saludable, pero esa resolución se ve detenida cuando, a la hora de la
comida, mi compañera de trabajo Cony me hace un berrinche porque quiere comer
tacos.
Tengo miles de promesas sin cumplir, si no fueran a mi mismo
y en cambio se las hiciera a un amigo o familiar, para este punto ya no
me hablarían y me verían con cara de “no te creo nada, PRI”.
Afortunadamente yo no soy tan resentido, y mucho menos conmigo, digo, si me enojará conmigo mismo, los trayectos al trabajo no serían tan divertidos, porque soy el clásico tipo que ves divagando consigo mismo y riendo en voz alta por algo que recordó. No puedo evitarlo, me encuentro muy divertido.
Afortunadamente yo no soy tan resentido, y mucho menos conmigo, digo, si me enojará conmigo mismo, los trayectos al trabajo no serían tan divertidos, porque soy el clásico tipo que ves divagando consigo mismo y riendo en voz alta por algo que recordó. No puedo evitarlo, me encuentro muy divertido.
Sospecho que el momento en el que mi promesa de volver a
escribir se volvió más seria fue cuando mi mejor amiga Mirián me contó que contraería matrimonio en Diciembre.
Recuerdo que pensé: ¿Contraer matrimonio? Suena a que “matrimonio” es la única
palabra buena que le puede seguir a “contraer”. No me imagino a mi amiga
gritándome: ¡Contraje gonorrea! Mientras agita sonrientemente un papel
que indica el diagnostico. Mucho menos me imagino gritando histéricamente y
alzando los brazos como colegiala en el concierto de Justin Bieber.
Después del alboroto causado por la noticia, me pidió que
fuera su padrino (aunque en realidad soy su damo de honor, porque las mujeres
no tienen padrinos), y junto a esa responsabilidad me invitó a compartir unas
breves palabras el día de la ceremonia.
Así que ahí me tenían, feliz por mi amiga y asustado por mí,
por aquel muchacho que no había escrito ni una sola palabra por meses.
Obviamente no le compartí ese miedo a mi amiga, sería como si tu abogado te
dijera: ¿Te quieren quitar tu casa? Claro que acepto el caso, aunque debo
advertirte, no he visitado los juzgados desde aquella vez que me acusaron por
orinar en la vía pública.
La más lógico sería que inmediatamente después de la
noticia, me hubiera puesto a escribir como desquiciado para recuperar el
hábito y con un poquito de suerte, escribir algo decente el día en que mi mejor amiga contraería una
persona para toda la vida. Pero existía un pequeño problema: mi miedo a las
hojas en blanco regresó más fuerte que nunca, y cada vez que abría un nuevo
documento en mi computadora (o en la de la oficina) mi mente empezaba a recrear
escenas en las que tras leer mi discurso en la boda, los invitados empezaban a
aventarme jitomates, lo cual me llevaba a pensar mientras recibía dignamente
los golpes rojos ¿por qué la gente llevaba jitomates a una boda? Y después, ¿por
qué jitomates? la fruta que más odio en el mundo, por qué no jícamas o
lechugas, o mejor aún, cigarros. Cuando llegaba a ese punto ya no podía
concentrarme o algún compañero del trabajo me interrumpía con alguna trivialidad por las cuales me pagan.
Afortunadamente, cayó en mis manos el libro de David
Sedaris, un humorista norteamericano que me devolvió la confianza en escribir
textos sencillos, graciosos y muy enriquecedores para todo aquel que necesite
una inyección de inspiración en su vida.
Pero aún faltaba algo para que de una vez por todas me
pusiera a escribir, y eso era tiempo. No es que yo sea un socialite que vive de
fiesta en fiesta, o un workaholico que toda su vida se la entrega al trabajo. No,
nada más alejado de la realidad, pero es que cuando alguien se la pasa bien, pierde
la noción del tiempo. Además, estoy seguro que hasta la persona más ocupada del
universo, en algún momento u otro, termina un domingo aburrido en su casa. Eso
me pasó a mí y por eso estoy aquí, de vuelta en mi blog, escribiendo cuanta cosa pasa
por mi mente.
Si regresas a mi blog, cierra la puerta y disfruta el viaje.