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La palabra fácil: El cuento "Aguacate"

lunes, 25 de julio de 2011
Aguacate

Al principio encontraba difícil decifrar si estabas enojada, tiquismiquis, melancólica o simplemente sufrías de un arranque de “caprichitis severus”; como ya era costumbre. Solía protegerme, escapar de la escena del crimen, odiaba tu “castiga ahora, pregunta después”; aún cuando me cansaba de abogar por mi inocencia hasta que se me demostrara lo contrario. Y claro, siempre me aseguraba de borrar huellas y evidencias, es más, hasta al perro se volvía mi complice para que nunca descubrieras la clase de malandrín que dormía noche tras noche a tu lado. En cualquier caso, rara vez salía exonerado del crímen; siempre encontrabas la forma de incriminarme, ya sea cómplice o culpable; siempre pagaba el pecado por obra u omisión.

No puedo decir que aprendí a leerte, ya que yo hablo español y tú un idioma desconocido. Seguramente otros aventureros del pasado surcaron el mar de tu cabeza y llegaron a decifrar una que otra palabra; pero he de decir, orgulloso, que soy el pirata que más signos, íconos y letras ha encontrado, decifrado y publicado en las hojas de su memoria; y ni así me basta. Me entrené para ser un sismógrafo, una maquina que, si no evitar, puede advertir tus cambios de humor y amor; con alarma sonora y luminosa, para lo que se pueda ofrecer.

Esta es la tercera llamada, tercera, comenzamos. La función de tu saltimbanqui personal iniciaba con una ronda de burlas y ataques, provocándome epsidodios de severo cantinfleo. Después, un monólogo con frases divertidas; las exactas para equilibrar la verdad de tus palabras con la perfección de tus actos y la grandeza de tus ideas. Finalmente, un salto de tres metros sin red a la alberca de tu lastima. Estimados espectadores no olviden el souvenir, un pedazo de mi diginidad encerrado en una bola de cristal que se ilumina al sentir del tacto.

He escuchado que el valiente dura hasta que el cobarde quiere y acepto que siempre me ha causado risa la imagen de esa escena. El cobarde voltea a ver al valiente y le dice, -¿sabes qué?, ya no quiero, no te pases. El valiente, con un encubierto placer culposo, cambia el látigo de cuero por uno de puas metálicas; demostrándole que aquí nadie le preguntó si quería o no; eres su papalote y te va a volar hasta que un rayo te alcance, punto. Por eso es mejor aplicar otro refrán que nos ayuda en esos momentos de alta perversidad: “Más vale aquí corrió, que aquí quedó”; el refranario mexicano al servicio de la comunidad. Soy un cobarde, pero al menos genuino, no ando copiando salidas improvisadas a otros pobres infelices.

Después de 4 años, el día para correr llegó esa mañana, sin previo aviso ni nota de desalojo, llegó con la armonia del amanecer. Escucharte decir aquellas tres palabras helaron mi cuerpo aún siendo primavera. Sabía que algo andaba mal, noté el hielo descongelándose del lado izquierdo de la cama y la sinfonía de murmullos mientras te bañabas. Aún así, ingenuo, bajé a preparar el desayuno, con el deseo de controlar el huracán de tu voz y los estropicios de tu ira.

¿Has sentido la brisa de una ola particularmente grande acercándose a la orilla? Se siente fría, ruidosa e imponente, sabes que nada se quedará en su lugar cuando llegue a su destino, pero aún así te aferras a su frescura mientras queda tiempo. Así te sentí cuando bajaste las escaleras y llegaste al desayunador.

-¿Quieres un sandwich?- pregunté con el tono de voz más encantador que mis cuerdas vocales han producido jamás. Tu respuesta, fría y perversa fue el principio del final; -Sí, sin aguacate. Tú, que te lo comes en ensaladas y a mordidas; hasta en la cara te lo pones, fregados. Sólo podía existír una explicación para tal comportamiento y no podía ser buena.

Todo había terminado en ese momento, fue cuando entendí que algún pecado capital había cometido y la penitencia sería más grande que mi fe. Fui el cobarde que nunca dijo “no quiero” sino “no aguanto”; prefiero una vida en el infierno que este castigo en el purgatorio. La euforía que produjo tal respuesta se llevó platos, vasos y mi existencia en esa casa; sin decir una palabra, me conduje a la puerta y salí al mismo tiempo que un aire vicotorioso inundaba mi cuerpo rendido. No me detuve a preguntar qué hice, qué no hice o qué olvidé hacer.

Hace 6 meses regresé a México, renté un departamento nuevo, sin vista al mar, pero con jardín para ver florecer un manzano que compré al minuto de pisar tierra. En mi delirio por no quedar como el tonto de la película y la ambición de que lo vivido sirviera al menos como anuncio preventivo; me inventé una venganza personal que me sirviera como recordatorio de que mientras seas alérgica a las manzanas, no tendrías lugar en esta casa.

Esta nueva etapa me sabe a algo que en algún momento de mi vida tuve en manos y perdí a causa tuya. Aún no recuerdo exactamente qué es, pero de un momento a otro espero hacerlo y aferrarme a ella con toda la pasión que este cuerpo pueda soportar.