El siguiente texto fue escrito para la sección “Lo que ellos piensan de…” en la que diversos hombres opinaban acerca del comportamiento de las mujeres en diferentes temas como: “su obsesión por los zapatos”, “las odiosas dietas” o “su preferencia por las películas romanticas” de la revista Eve.
Lo que ellos piensan de: Su obsesión por los chicos malos
Por: Alan Champy M. Núñez
Hace varios años, mi mejor amigo y yo creamos “The good guys lonely hearts club”, y no porque fuéramos grandes seguidores de los Beatles –al menos no en ese momento–, sino porque como chicos buenos de excelente educación, nadie nos pelaba. Con tan solo 15 años, nos preguntábamos ¿Cuál es la motivación de las mujeres por perseguir a los “chicos malos” de la escuela? Sí: esos clásicos orangutanes que se la pasan escupiendo, maldiciendo y reprobando constantemente en clases.
Desde nuestra perspectiva, el ser un chavo que respetaba a su “amiga”, sin presionarla con la (tan deseada) “prueba de amor” y siempre aceptando un segundo plato del insípido guisado preparado por su madre, nos redituaba los mismos resultados: “Sólo amigos”; “te quiero como un hermano” o “¿Me acompañas a comprar el vestido de graduación?”
“La culpa la tiene la televisión”, me decía mi amigo. “Les llenan la cabeza con la ilusión de que un tipo con facha de James Dean las raptará en su Harley y vivirán una aventura por Nueva York”. Tenía razón… en cierta parte. Por lo que siempre le respondía: “Sí, y mientras nosotros nos quedamos a cambiar los focos del árbol de Navidad de su abuelita”.
Pasamos años estudiando el misterioso proceso de selección de las mujeres. De paso, fuimos de todo: el chico comprensivo que la consolaba cuando el villano de la película la lastimaba; el chico indiferente que no la pelaba –cuando en realidad nos derretíamos cual helado bajo el sol de Coahuila–. Incluso intentamos ser los chicos malos: “No te contesto los mensajes que mandas”; “quedo en hablarte llegando a mi casa y prefiero dormir”; “ me ligo a tu mejor amiga y le digo que es tan bonita como el invierno en Aspen”. Obviamente los resultados fueron desastrosos: a mi amigo lo botaron por ser una criatura insensible, con escasa o nula comprensión ante los sentimientos de la mujer y –por si fuera poco- acusaciones de infidelidad en tercer grado (o sea, con más de tres chicas).
Yo simplemente no pude hacerlo. En cuanto hacían ojitos de Remi, terminaba por ceder. No aguanté ese acto de crueldad y llegué a la conclusión de que si me iban a querer era con todo y mi cara de niño bueno, ese que no rompe un plato, al contrario, los recoge y se ofrece a lavarlos (¡enseñanza de mi abuela!).
Hace varios meses en una fiesta, una amiga se quejaba amargamente de cómo un “tipo malo” la había abandonado; dejando sus sueños de rebeldía y locura desenfrenada en la cajuela de su coche (¿o era moto?). De inmediato, todas las mujeres de la reunion empezaron a exponer sus puntos de vista del porqué su atracción hacia esos seres despiadados. La mayoría coincidieron en que sentian un deseo profundo de encontrar al príncipe azul detrás del sapo. Otras se fueron por el lado aventurero; deseaban sentir la adrenalina y la emoción de hacer cosas que, por iniciativa propia nunca hubieran hecho. Otras aceptaban que creían que “ el amor cambiaría su actitud”. Lo que me tranquilizó, fue que todas concluyeron exactamente lo mismo: en esta etapa de su vida, el chico malo les da flojera. Ya no desean cambiar pañales; quieren sentirse protegidas.
El sueño del tipo con chamarra de cuero les iba muy bien a los 15, pero hoy prefieren un hombre real con quien verse a futuro; hoy prefieren una copa de vino que un six de chelas; hoy prefieren cambiar la Harley y Nueva York por un crucero al Medio Oriente.
Por eso prefiero seguir siendo el chico bueno, los que saben opinan que al final del día todo se regresa. Ahora, el único momento en que debo ser un chico malo es cuando desean adueñarse del control remoto. Fuera de eso, sigo siendo el que acepta doble ración de guisado con la suegra y el que va al súper (o a la comer) a comprar más foquitos para la abuelita.