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Viva México... ¡Camiones!

viernes, 25 de junio de 2010


Para el trayecto de regreso a casa tengo muchas opciones de rutas. Hoy, por cuestiones del destino decidí tomar la ruta: Gustavo Baz-Mi casita.

Viajaba muy cómodo en el camión, la luz estaba prendida así que aproveché para leer la revista Chilango que afortunadamente llevaba en mi mochila. El transcurso iba de lo mejor, nada de tráfico, la lluvia había cesado y la noche expedía un aire de inmensa tranquilidad.

De repente, en una parada escuché varios gritos y a un hombre diciendo:

“A ver hijo de tu puta madre, eres un cabrón, por poco me sacas del camino; ¡claro!, te sientes muy mamón porque traes una enorme chingadera manejando. Ándale a ver si eres tan chingón, bájate y rómpenos la madre, hijo de tu padre madre" (sic).

Entonces, el chofer del camión sorprendido por el arranque de cólera del hombre y sus compañeros en cuestión, volteó a vernos a todos los pasajeros y nos dijo:

“Colegas (pues, ¿cuándo me vio de microbusero?), necesito de su apoyo (en ese momento pensé que estallaría en llanto y nos pediría apoyo moral) y que todos nos juntemos (¿nos agarramos de la mano?) para partirles la madre a esos hijos de la chingada (¡Ah!, entonces los conoce)” (sic).

Sin dejarnos contestar, el chofer retó a "los de abajo" a batirse en duelo (que poético soy). Y como dice el dicho “El valiente dura hasta que el cobarde quiere”, el conductor y sus amigos decidieron retirarse intempestivamente.

Estimados lectores, no pude evitar preguntarme a mi mismo ¿Qué hubiera hecho en el dado caso de que el enfrentamiento sí se hubiera dado?”

Las opciones que se me ocurrieron son:

A)   Me acerco al chofer y le digo: “Compadre, usted dígame a quién nos tenemos que chingar y ya sabe que yo sí rifo”
B)   Me bajo del camión e imparto un poco de conciencia diciendo: “Señores, actualmente el mundo se ha unido para compartir un evento que sólo se realiza cada 4 años. Si muchos países que no hablan el mismo idioma, tienen costumbres diferentes, viven separados por miles de kilómetros de distancia; encontraron la forma de olvidar sus diferencias y jugar un partido de futbol. ¿Por qué nosotros no podemos olvidar este pequeño percance y seguir nuestros caminos a casa?
C)   Revelo mi identidad secreta: Champy-San, vigilante de las calles y protector de almas inocentes. Entonces, todos se hubieran cuadrado y continuado su trayecto sin chistar; claro, por miedo a que les diera sus pataditas.
D)   Me escondo debajo de los asientos, saco mi rosario de billetera y una pequeña hoja de plegarias para casos de emergencia. Después de terminado el conflicto reúno a todos e inicio un canto de victoria.
E)   Simplemente me bajo del camión y tomo uno diferente.


Es triste saber que la opción por la cual hubiera optado es la más aburrida de todas. Ni modo… “Más vale pájaro en mano que Champy en pedacitos”.

Señores, buenas noches y buena suerte.

Nota: Esta entrada la escribí en la noche.

Comida Épica

miércoles, 16 de junio de 2010
No es un secreto que odio comer solo. La hora de la comida siempre ha sido un problema y haciendo memoria, mi trauma empieza desde que era un pequeño champiñon.

Regularmente comía con mi abuela. Ella era una mujer fuerte, matriarca de una gran familia y niñera de todos sus nietos. Casi todos mis primos fueron cuidados por Anita, todos gozaron y sufrieron de sus mimos y castigos. Yo fui el consentido de mis abuelos, antes no lo creía pero muchas personas se han encargado de confirmarlo. Tal vez por eso yo tengo el recuerdo de una abuela que me contaba cuentos y me daba de comer lo que yo quería, o más bien, “lo que el rey quería”. Sí, mis abuelos me decían “El rey”.

Ustedes lectores pensarán: que niño tan consentido. Pues tal vez si, pero a la hora de la comida… a la hora de la comida todo cambiaba.

Antes de mi reinado como el nieto alpha, era lógico que existiera alguien que ocupara ese lugar. Ese alguien era mi primo Iván, el más consentido A.C. (antes de Champy).

El 4 de febrero de 1986 un intruso llego a la casa de mis abuelos. En cuanto Iván me vio, me convertí en su peor enemigo. Su misión como rey caído era la de hacerme la vida imposible, como quien dice: “Si no puedo ser el consentido, voy a ser el cabroncito”.

Afortunadamente su hermano Kristian era la otra cara de la moneda. Mi mamá me dice que en cuanto me vio, me convertí en su juguete favorito. Vamos, como quien dice “No tengo un perrito, pero si un primito”. Él me consentía hasta más no poder, me compraba dulces, me cuidaba cuando estaba enfermo, me cargaba a todas partes. A sus escasos 10 años, Kristian ya se estaba entrenando como padre… o veterinario.

Imagínense la vida de Iván, de la noche a la mañana un niño le había quitado el puesto de rey, se había convertido en la adoración de sus abuelos y para acabarla de joder (sí joder), su hermano no se despegaba del condenado chamaquito. Ahora que lo veo en contexto, yo también me hubiera odiado.

Yo no supe que era silenciosamente odiado hasta que cumplí 6 años. De repente, ese otro niño que nunca me pelaba estaba al tanto de todos mis movimientos. Cuando menos lo esperaba me daba un cabezazo, una serie de golpes en mis brazos o peor aún, me aplicaba sus dos torturas favoritas: dar chasquidos a mis ojos o estirarlos hasta que sus manos se despegaran de mi cabeza. ¿Ahora entienden mi ojos rasgados?

La mesa se convirtió en una zona neutral para Iván y un infierno para mí. A la hora de la comida mi abuela nos sentaba y daba de comer a todos por igual. Mis dos primos tenían la obligación de comerse la comida sin chistar, en cambio yo siempre podía elegir un menú opcional. Esto le generaba un gran enojo a Iván y lo liberaba dándome patadas por debajo de la mesa, aventando bolitas de tortilla o pan a mi agua. Su favorito era escupir dentro de mi vaso, tal vez porque era lo que más asco me daba.

Aún siendo el nieto alpha, cuando me quejaba del “espantoso trato” de Iván, para mi sorpresa mi abuela nunca decía nada, ella se concentraba en cocinar y escuchar la novela en turno. Me imagino que preparar la comida era su momento zen.Desafortunadamente pedirle ayuda a Kristian no era opción, él era algo así como Suiza cada vez que Iván me molestaba, no me ayudaba pero tampoco lo apoyaba. Neutral.

Eso duró aproximadamente 7 años. En la secundaria mis primos seguían pasando por mí a la escuela pero ya no comía con ellos. Eso significaba dos cosa:

1.- Iván contaba con un tiempo muy limitado para torturarme.
2.- Yo comía solo en mi casa.

Ahí descubrí lo triste que es comer solo, en ocasiones hubiera cambiado la soledad por la tortura, bueno, en muy pocas ocasiones. El punto es que decidí que si por mi fuera, nunca comería solo.
Diez años han pasado desde estos eventos.

 ¿Qué ha cambiado?

Iván y yo nos llevamos bien. A mis 24 y sus 30 años puedo decir superamos (superó) nuestros (sus) problemas. Es más, él ha sido de gran ayuda cuando tengo problemas, necesito comprar un celular nuevo o simplemente quedarme a dormir en su cuarto después de una borrachera.

Me gusta pensar que nos ayudamos a encontrar nuestra vocación. Iván aprendió que lo suyo, lo suyo, es la tortura y estudió Derecho. En cuanto a mí, aprendí a negociar y estudie Mercadotecnia. 

Kristian sigue siendo Suiza. Aún soy su primo favorito, aunque ya no me carga, y recientemente no me ha comprado dulces. Sin querer se convirtió en un modelo a seguir en mi adolescencia. Mis gustos musicales y forma de tratar a la gente, en gran parte lo aprdení de él. Ahora a sus 33 años no tenemos tanto en común pero siempre estamos al tanto el uno del otro.

Y en cuanto a la hora de la comida he tenido varios invitados a lo largo de mi vida, mi mamá, mis mejores amigos de la secundaria, preparatoria y universidad. Mi prima Lily, mi ex-esposa Etze, Abril y Karina cuando trabajé en la CANACO. Irma, Sammy, Mayra y demás convoyanos cuando trabajaba en Convoy (que por cierto tenía una silla especial, nadie se sentaba ahí mas que yo, eso lo agradecía mucho).

Actualmente no salgo a comer con nadie de la oficina, voy a la misma fondita todos los días, saco mi libro y hago malabares para comer y leer al mismo tiempo. Eso sí, todo tiene un lado bueno y ocasionalmente recibo visitas especiales de personas que saben que odio comer sólo y tratan de al menos un día hacerme feliz acompañándome. A todos aquellos que han ido a comer conmigo en estos últimos meses, GRACIAS, la comida sabe mejor cuando estoy con ustedes.


Inserción publicitaria: Quien desee comer conmigo, salgo a las 2 p.m.